El
café se ha vuelto a quemar, tiene que cambiar la goma de su destartalada
cafetera, como si fuera el recambio de un corazón herido, lo postergara una vez
más.
Es
ya la razón de una nueva bronca mañanera, el sabor rancio, quemado, amargo del
café, que no se arregla por mucha píldora de azúcar que se tome.
Amanece
en febrero, frío y gris, ya no pone la radio, ya no lee el periódico, ni
enchufa la televisión, ha empezado un nuevo año perdiendo la esperanza en el
cambio, perdiendo la ilusión, desilusionada por la realidad del asfalto
cotidiano, la desidia de las mentiras maquilladas con coloretes descoloridos.
Parada
para un café no quemado, de nuevo sentada en la esquina más oscura de cualquier
bar, de cualquier barrio escucha a la gente, a la gente…cuantos más deberían
pararse a escuchar…desidia, desidia, desidia…no hay más. Unos entran y salen,
salen y entran, esperando el cambio, pero no demasiado, volver a la ilusión a
la ilusión de la clase media. No hay fuerzas para darle la vuelta a la
tortilla, o tal vez la sartén pese demasiado.
Ambiciones
de poder diluido, entre manos iguales a otras manos, distintos guantes, mismos
nudillos. Historias que le recuerdan otra historia, promesas en cafés
descafeinados en estanterías de supermercados demasiado altas.
Volver
a salir y ocuparse en sobrevivir, cada día, día a día, día tras día…día…día.
Mejor
enchufar la música que la saque de la realidad mientras el metro se llena de
viejas expresiones de desanimo, pareciera que todos los días fueran lunes.
Algunos dicen que todo pasó, otros que el momento va a llegar; pero algo en
esos ojos perdidos la dicen que nada va a cambiar, o que todo va a cambiar para
seguir todo igual…y siente tristeza, tristeza por aquellos que levantaron el
puño, el alma, el corazón y la voz y ahora callan a fuerza de promesas y mañana
callaran…callarán.
Camina
por el centro de la ciudad, las cadenas de la esclavitud se han instalado para
encadenar nuestro presente, sentenciar nuestro futuro en ciclos de rebajas y
nuevas temporadas, algo se mueve, y no son los corazones bombeando rojo sangre,
no son las ganas de soñar.
Revelarse
ante la tontuna imperante a base de vestidos de colores prohibidos y bailes en
garitos a media luz, volar sobre corcheas de verdades efímeras y besos robados
en rincones perdidos.
Y
mañana el café se volverá a quemar…y mañana será otro día; tal vez mañana
cambie por fin la goma rota de mi cafetera destartalada.
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