A
las 10:08 exactamente levantó la vista del teclado y miró por la ventana, casi
por instinto, a la hora exacta en que habían dicho en alguna parte, estaba
pendiente del eclipse, del momento de oscuridad en medio de la claridad. No tenía
gafas especiales, ni cristales oscuros así que no alzo la mirada al cielo;
asomada a la ventana de una calle sin nombre y con mucho ruido miró hacia
abajo, miró para ver como la oscuridad se cernía sobre las gentes, que habían
parado sus pasos para mirar hacia arriba. Casi, como por un hechizo, la ciudad
se había parado para observar el curioso fenómeno, brujerías y otras supersticiones
parecidas hace siglos que han sido desterradas del imaginario colectivo y sin
embargo allí estaban: adultos, niños, ancianos, pobres, ricos, manifestantes,
burgueses, estudiantes, policías, perros y gatos; parados, mirando a un cielo
que no se cae, haciéndose cómplices de la oscuridad en un día cualquiera, de un
año cualquiera, porque en realidad ya da igual.
Miraba
aquellas caras emocionadas con el momento, aquellos corazones de ambición,
miedo, egoísmo y envidia; corazones de poder, codicia y odio. Exaltada la
oscuridad en todos ellos, sin importar la forma de la carcasa, corazones
iluminados por la profunda oscuridad durante apenas una hora mostrando su
naturaleza. Después empezarán a caminar de nuevo y la luz del sol sobre sus
ropas de colores eclipsarán lo que llevan dentro, hasta…
Observó
desde su ventana durante ese tiempo a la oscuridad y sintió miedo… y sintió esperanza…
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